viernes, 28 de noviembre de 2014


SED DE LA EUCARISTÍA

Cuando uno escucha las historias de los sacrificios y riesgos tomados por poder comulgar de cristianos en campos de concentración, en tiempos de persecución religiosa o en prisión, descubre una verdadera hambre y sed de la eucaristía. Esto hace contraste con la rutina, la desgana y la superficialidad de todos nosotros cuando vamos a misa como una obligación aburrida. Satisfechos de mil cosas que no nos alimentan interiormente perdemos hasta el apetito por alimentar nuestro interior, no sentimos sed del Dios vivo.
Aquí no es que todo sea perfecto, también hay maneras de celebrar que son muy superficiales, que nos llevan a repetir cantos sin haber realmente escuchado la Palabra que Dios nos dirige y sin que nuestro corazón se sienta tocado de su Espíritu, sin que nada haya cambiado en nuestro interior y en  nuestras relaciones con los otros.
Pero hoy también hay personas entre nosotros que nos muestran un verdadero fervor y deseo de Cristo presente en la eucaristía. Nuestro obispo ha querido que en todas las comunidades donde ya hay bautizados haya momentos de exposición y adoración eucarística que nutran nuestra fe en la presencia de Jesús que está con nosotros y que despierten el deseo de acogerle, de alimentarnos de su amor para reconocerle y acogerle en nuestros hermanos.
Las monjas españolas, de la Compañía del Salvador, que recientemente han inaugurado su colegio y que están en una de las misiones más alejadas de nuestra diócesis, nos contaron como unos días que faltaron los sacerdotes que viven al lado, se levantaban a las cinco de la mañana para llegar a la misa de siete del pueblo más cercano y tener que tomar otras dos horas para volver de nuevo a su colegio.

En la misa que tenemos a diario a las siete de la mañana a Bembereke, vemos todos los días al viejo Pedro que vive al otro extremo del pueblo y que anda con un solo pie y dos muletas y que no duda de madrugar para venir a la eucaristía y poder comulgar como su alimento espiritual diario.

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