COMIENZO DE UNA
ESCUELA
Caminando hacia Theure donde se encuentra una de
nuestras comunidades, el catequista que me acompaña me señala una pequeña
escuela que hay en el camino y me dice que uno de los maestros que es de
nuestra comunidad de Gamia, le gustaría que alguna vez nos parasemos y le saludásemos.
Sin más tardar, ese mismo día, a la vuelta, nos
paramos a saludarle. ¡Y qué descubrimiento! En medio de pleno bosque donde se
hallan varias viviendas dispersas de la etnia Gando, vimos la belleza de una
iniciativa tomada por Basilio, un maestro católico ya jubilado.
Vimos como la fuerza de la buena voluntad puede
hacer obras hermosas aunque no se tengan medios económicos ni haya ninguna ONG
detrás. Basilio después de muchos años de trabajo y habiendo participado en el
comienzo de muchas escuelas, ahora que ha llegado a la jubilación con una
pequeña paga y que podría pensar en sólo descansar, él decidió vivirla de otra
manera.
El nos contó como siente pasión por los niños, por
poder enseñarles y ver con alegría como descubren la posibilidad de avanzar en
el camino de la educación como una apertura a nuevas posibilidades para su
futuro. La mayoría no van a la escuela porque los padres no acaban de ver la
necesidad de la escolarización y prefieren que se queden a trabajar con el
ganado. Otros no van simplemente porque no hay ninguna escuela cerca y no
tienen medios para llevarles a otra parte.
Basilio dice que mucho mejor que perder el tiempo
en tertulias hablando de todo y de nada, prefirió dedicar su trabajo de una
manera voluntaria para hacer posible el comienzo de una escuela en esta aldea
donde hay muchos niños deseosos de aprender.
Hace cuatro años comenzó construyendo una pequeña
escuela de barro y con la ayuda de algunas personas de buena voluntad pudo
comprar algunas latas para el techo. Y hoy ya tiene el segundo edificio y ya el
gobierno la ha tomado como una escuela reconocida oficialmente enviando un
director que se ocupa de los más mayores y el sigue en otra clase con los más
pequeños.
Daba gusto ver y escuchar a Basilio, sabio y
humilde, que con sencillez y entusiasmo nos mostraba su pequeña escuela y su
orgullo no por lo que él había hecho sino por poder ver esos niños
escolarizados. Marché de allí dando gracias a Dios que mueve los corazones de
personas como Basilio a darse gratuitamente en favor de los más pequeños.
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