martes, 10 de junio de 2014


EL AMOR DE CRISTO A LOS SUYOS

Hoy antes de salir a España, escribo aún desde Benín. Hoy celebro el 30 aniversario de ser ordenado sacerdote de Jesucristo. Viniendo de Bembereke, del Norte, a Cotonou a coger el avión, en el Sur, me preguntaba si hoy 10 de junio podría celebrar la eucaristía en este día en que quería agradecer y renovar la gracia del sacerdocio.

En el año 1984 el 10 de junio era la fiesta de Pentecostés, en la que nuestra Iglesia de Asturias suele celebrar la ordenación sacerdotal. De hecho este año los dos diáconos que estuvieron aquí en Benín, Jano y Juanjo fueron ordenados sacerdotes. El domingo de Pentecostés recibíamos en la misión de la diócesis de Logroño al Padre Angel de Mensajeros de la Paz. Fue él quién nos puso en contacto telefónico con nuestro arzobispo de Asturias, Don Jesús, quién nos dijo que se disponía para ir a la Catedral a celebrar la ordenación de los que ya son dos nuevos sacerdotes no sólo para Asturias sino también para la misión universal de la Iglesia.

Llegando a Cotonou la tarde de ayer, nos fuimos Rafa de la misión de Logroño y yo a dejar en el convento de los Padres Dominicos a una hermana dominica que está con nosotros en el Norte. La Providencia me regaló que el convento estuviera a dos pasos de la casa de los españoles que nos acogían y que pudiera celebrar la eucaristía de la comunidad a las 7 de la mañana.

Las lecturas de ese día me ayudaron a escuchar de nuevo la llamada del Señor a ser sal y luz. Yo se que El es la sal, el sabor del amor que da sentido a la vida y que El es la luz que nos muestra el camino que lleva a la vida en plenitud. Mi vida no puede ser ejemplo para nadie, pero soy llamado a ser testigo de su misericordia conmigo y de su amor sin medida por los suyos, especialmente los más pobres cuyos rostros veo en esta tierra africana. Los pobres que nos acogen como la viuda de Sarepta a Elías y que comparten con nosotros lo poco que tienen para sobrevivir, nos enseñan a darlo todo, a darnos del todo, como la mejor manera de transmitir el amor de Jesucristo. Cuando lo damos todo lo ganamos todo. Que este amor gratuito del corazón de Jesús nos haga compartir su amor de Buen Pastor por sus ovejas. Gracias Señor por esta gracia, que tú mismo amor nos ayude a los sacerdotes a darnos con fidelidad a tu pueblo. Envía obreros a tu mies que se dejen transformar por la santidad de tu amor.

A los pies de la Virgen de Covadonga le pedí a María que me ayudara a ser sacerdote según el corazón de Jesús, que fuera dócil como ella a la acción del Espíritu Santo. Hoy puedo decir que ella me ha acompañado y que me lleva a encontrar en Jesús la felicidad en estar cerca de su pueblo, en darme a pesar de mis limitaciones, en ver como los pobres se alegran con la gracia y el anuncio de Jesús. Que ella me ayude a llevar este amor hasta el final y guardarlo siempre en la humildad y la confianza en la acción de la gracia de Dios.

 
 


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