PEREGRINACIÓN MARIANA
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En muchas comunidades cuando les preguntas como
empezaron a ser cristianos te cuentan que alguien les invitó a ir a la
Peregrinación y que a partir de esa experiencia de fe, de amor y de alegría de
los cristianos comenzaron a ir a la comunidad cristiana de su pueblo.
Muchas veces como sacerdotes lo podemos ver como
unos días muy cansados con muchas actividades y apenas un minuto de descanso.
Pero también se puede vivir de otra manera y así se me concedió la gracia de
vivirlo este año. Son unos días para
compartir la fe del pueblo pobre y sencillo, de sentir sus sufrimientos como un
verdadero viacrucis, de vivir como uno más su alegría de verse unidos y de
alabar al Señor cantando con su Madre. Son unos días para compartir con todos
los sacerdotes y religiosos de la diócesis y encontrando pequeños momentos para
dialogar entre nosotros. Unos días para estar en servicio casi las 24 horas de
cada día, sabiéndote servidor de todos hasta el olvido de ti mismo.
Son una ocasión para escuchar también en el
silencio de tu corazón lo que el Señor te dice a ti, como uno más al que se dirige su palabra y su
llamada, dejándote tocar por su gracia sanadora, liberadora.
Termina uno agotado físicamente pero lleno de paz
y de agradecimiento de poder compartir la fe y la alegría con un pueblo pobre,
pecador, sufriente y lleno de alegría. Uno entra en esa escuela donde el
Evangelio sabe a verdad y aprendes a aceptar tu pobreza humana para ser rico de
Dios, a aceptar tu pecado para llenarte de la misericordia de Jesús, a
compartir los sufrimientos de los otros para poder vivir la alegría y la fuerza
de la solidaridad.
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