¿A QUÉ SOMOS ENVIADOS?
¿A
qué somos enviados los sacerdotes diocesanos a la misión? En nuestra ordenación
se nos confía una misión que partiendo de una Iglesia local se abre en su
catolicidad a la universalidad de todos los pueblos, de los más pobres y de los
que aún no conocen a Cristo. Yo me siento enviado por mi Iglesia de Asturias, en su día desde Boal y en esta segunda etapa desde Cabranes. No es mi misión particular, es la de Jesús y la de toda la Iglesia. Enviado a África, a los más pobres.
El
Espíritu del Señor está sobre mí para anunciar la Buena Noticia a los pobres,
la llegada de un tiempo de gracia, de perdón, de liberación, de curación, de reconciliación,
de comunión, de apertura a la plenitud humana en la persona de Jesús.
Cómo
cristiano, no tengo mayor riqueza que ofrecer que a Jesucristo, su persona, su
palabra y la acción de su gracia. Y lo he de ofrecer como sacerdote diocesano y
misionero, en comunión fraterna, en el seno de una Iglesia donde hay otros
ministerios, carismas y dones. Los apóstoles primeros no quieren descuidar lo
que es su aporte más específico que es la oración, la palabra y por ello han de
despertar y armonizar en la comunidad el servicio a la caridad. Hoy los religiosos
en misión son signo de la caridad de Cristo en su trabajo en la educación, en
la sanidad y en el servicio a los más pobres y marginados. Los laicos están
llamados a vivir la caridad de Cristo en el seno de la familia y de la
sociedad, en su compromiso social y político por la justicia y la paz, el
diálogo que promueve la convivencia entre diferentes religiones y pueblos en un
mundo global.
Los
más pobres como dice el Papa Francisco no pueden ser descuidados en su
acompañamiento espiritual. La opción preferencial por los pobres debe
traducirse principalmente en una atención religiosa y privilegiada. Esta es
nuestra misión como sacerdotes, no dejar de ofrecerles la amistad de
Jesucristo, el mensaje de su Evangelio, la gracia de los sacramentos, la
proposición de un camino de crecimiento y de maduración en la fe. Cuando los
pobres acogen con fe el Evangelio encuentran en Jesús una fuerza que les hace
conscientes de su dignidad, que los levanta y los hace capaces de unirse y de
convertirse en protagonistas de su propio desarrollo humano. Las comunidades
cristianas donde Cristo es anunciado con alegría en toda su verdad y en la que los
pobres ocupan el primer puesto se convierten ellas mismas en misioneras. Su
amor fraterno y solidaridad contagia la alegría del Evangelio entre los
hermanos y llega a todos los que aún no conocen a Cristo. Esta es la alegría
del misionero, sentir el amor y la compasión de Cristo por los más
despreciados, ver como Dios ha escogido a los más pobres para dar a conocer a
todos los hombres su Evangelio.
Que bendición de Dios, poder disfrutar desde este Lunes con mis hermanos Antonio y Carmen. Un abrazote muy fuerte y que Dios os bendiga.
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