jueves, 10 de julio de 2014


¿A QUÉ SOMOS ENVIADOS?

¿A qué somos enviados los sacerdotes diocesanos a la misión? En nuestra ordenación se nos confía una misión que partiendo de una Iglesia local se abre en su catolicidad a la universalidad de todos los pueblos, de los más pobres y de los que aún no conocen a Cristo. Yo me siento enviado por mi Iglesia de Asturias, en su día desde Boal y en esta segunda etapa desde Cabranes. No es mi misión particular, es la de Jesús y la de toda la Iglesia. Enviado a África, a los más pobres.

El Espíritu del Señor está sobre mí para anunciar la Buena Noticia a los pobres, la llegada de un tiempo de gracia, de perdón, de liberación, de curación, de reconciliación, de comunión, de apertura a la plenitud humana en la persona de Jesús.

Cómo cristiano, no tengo mayor riqueza que ofrecer que a Jesucristo, su persona, su palabra y la acción de su gracia. Y lo he de ofrecer como sacerdote diocesano y misionero, en comunión fraterna, en el seno de una Iglesia donde hay otros ministerios, carismas y dones. Los apóstoles primeros no quieren descuidar lo que es su aporte más específico que es la oración, la palabra y por ello han de despertar y armonizar en la comunidad el servicio a la caridad. Hoy los religiosos en misión son signo de la caridad de Cristo en su trabajo en la educación, en la sanidad y en el servicio a los más pobres y marginados. Los laicos están llamados a vivir la caridad de Cristo en el seno de la familia y de la sociedad, en su compromiso social y político por la justicia y la paz, el diálogo que promueve la convivencia entre diferentes religiones y pueblos en un mundo global.

Los más pobres como dice el Papa Francisco no pueden ser descuidados en su acompañamiento espiritual. La opción preferencial por los pobres debe traducirse principalmente en una atención religiosa y privilegiada. Esta es nuestra misión como sacerdotes, no dejar de ofrecerles la amistad de Jesucristo, el mensaje de su Evangelio, la gracia de los sacramentos, la proposición de un camino de crecimiento y de maduración en la fe. Cuando los pobres acogen con fe el Evangelio encuentran en Jesús una fuerza que les hace conscientes de su dignidad, que los levanta y los hace capaces de unirse y de convertirse en protagonistas de su propio desarrollo humano. Las comunidades cristianas donde Cristo es anunciado con alegría en toda su verdad y en la que los pobres ocupan el primer puesto se convierten ellas mismas en misioneras. Su amor fraterno y solidaridad contagia la alegría del Evangelio entre los hermanos y llega a todos los que aún no conocen a Cristo. Esta es la alegría del misionero, sentir el amor y la compasión de Cristo por los más despreciados, ver como Dios ha escogido a los más pobres para dar a conocer a todos los hombres su Evangelio.

 

1 comentario:

  1. Que bendición de Dios, poder disfrutar desde este Lunes con mis hermanos Antonio y Carmen. Un abrazote muy fuerte y que Dios os bendiga.

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